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"B" de bebida

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"En mi caso, tengo la impresión de que ello me ayudaba a hacer conceptos –es curioso–, a hacer conceptos filosóficos. Luego me di cuenta de que ya no me ayudaba o me ponía en peligro, o de que ya no tenía ganas de trabajar si había bebido. En ese momento hay que renunciar, vaya. Es así de sencillo" Deleuze

Hablo por mí

De niños, y luego de adolescentes, nos enseñan en un término de 8 horas a aprender más de una cosa, a cambiar, tras breves horas de descanso, de las matemáticas a las lenguas y luego a la historia, diversas cosas; para, ya de adultos,  pasar más de 8 horas diarias haciendo la misma cosa. 

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Para toda ficción, existe un dejo de realidad. (y también viceversa) Me dicen que me levanté y tome agua cada vez que viene un monstruo a montárseme encima por las madrugadas. No lo tolero, no viene a cuento que venga con ansiedad, con otra persona, soy otra persona, la verdad. ¿Y ahora qué? Me pregunto cada vez que me volteo una y otra vez. Hay algo ahí que no me deja sino dar vueltas. ¿Hasta dónde? No lo sé. ¿Cómo comienzo? ¿De qué forma termino? ¿Cómo podría comenzar una nueva etapa? A ver, a ver, sigo durmiendo y escucho mis propios ronquidos. Entonces, yo, por lo general, cuando estoy así no soy yo. Creo que ni otro, sino pienso en un tercer cuerpo que me grita. Esas ideas que se acumulan, ¿por qué no salen hacia otra parte? Me pienso que, entonces,  despertar e medio de la noche me hace hasta un perezoso para dormir. Mi ligera contradicción entre tantas contradicciones me va a terminar dejando en una reducción, un punto que no llega a ser o por el contrario en un lo

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Había una señora muy tierna, cuyo nombre me reservo, era dueña de un bar y a estas alturas, si eres de Caracas, ya sabes quien es.  Una señora rubia, catira, güera -no lo sé- que fue perdiendo el color del cabello hasta quedarse blanco, blanco y que, hasta el último de sus días, defendía sus anales con una vara de metal por si algún indigente se acercaba.  Ey, tú. Vete de aquí y volteaba su mirada sonriente, casi psicópata a mirarme y decirme, sigue bebiendo, que yo resuelvo, pero de la raya no te pases, literalmente.  Un día la señora era la de las chelas más baratas, otra de las más caras y así; otra ni siquiera había como pagarle porque de un día para otro la cerveza había subido y los billetes eran cada vez menos. Así que optó por el pago por el celular y no sé que cosa, que caía de una vez y era súper seguro.  Lo cierto es que cada vez que yo iba para allá, y cuando empezaba a perder la cuenta, la señora anotaba: una, dos, tres, cuatro de más. Epa, pero yo ni dob

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Joana me dice que, para no quemarme, escriba, sea creativo, de la misma forma que cuando era niño.  A veces leo, mejor llora suelta, a veces es mejor soltar; de niño llorar era un sacrilegio si no era ñpor dolor. Ese punto medio se omite en la adolescencia y olvidamos que para llorar solo se necesitan lágrimas no dolor, ni esfuerzo, mucho menos manipulación.

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¿Qué tanto de mérito tiene la espera?

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A veces tengo temor, no sé de qué. Cerati también y, a lo mejor, lo convirtió en canción. Mató al monstruo de un solo tajo, pero con acordes. Lo dijo, lo grito y aún así nadie se preocupó demasiado, más bien coreaban más alto. Y yo solo, al menos en eso, intento no imitarlo. 

La pelota

La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque aún no ha tocado el suelo. Dylan Thomas Es un sueño recurrente como el bote de una pelota sobre el suelo por encima de la cabeza de su vecino que un niño no toma por molestia Así de recurrente, como la poesía que no cabe en palabras sino en sueños. Tampoco en sueños sino en imágenes: De esas que no caben en el mundo real De esas que intentan introducirse a dónde no pertenecen Como cuando los niños quieren meter el cubo en una estrella.

20 años.

Como casi todas las cosas, casi todas las cosas pasan en medio de lo que se cree la calma. Ayer me desperté preguntándole a mamá: ¿Pasaron 20 años? Sí, así es, contestó, ella. Nosotros no éramos mucho de ir a la playa. Para la gente que vive en Caracas, y mucho más para la del oeste, eso era casi un sacrilegio: las refrescantes aguas de La Guaira quedaban a menos de 20 minutos. Ese día se nos ocurrió ir a bordo del FIAT Uno vinotinto que habíamos comprado uno o dos años atrás. Recuerdo como sonaba la canción en mi cabeza: Fiat, fiat uno piú, la última palabra. Siempre había sido así, nada de prepararlo, siempre arrancar. La toalla, el short, termínate el desayuno, vale. Papá llamó. Sí, vamos saliendo. Bueno, qué más. Los sandwiches. Cierra la puerta. Nos vemos abajo que voy calentando el carro. Mi hermano, con su tembladera de pierna típica, nos esperaba ya para empezar a sentir el olor a sal acompasado con el sonido de los aviones llegando al aeropuerto. ¿Y la perra?, pregun

Tendencias políticas

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Cuando  Luisana  me advirtió que cuando viera a  Juan  nos íbamos a amar eternamente, no lo creí. Nos saludamos de lejos, como los perros cuando se huelen el culo y siguen de largo. Era un bicho raro al que le gustaba el boxeo, amaba el boxeo. No sé que cosa me gustaba a mí. Pero lo que más me pareció raro era que escuchaba Perales con la poca fuerza de un viejo y me dedicaba canciones al amanecer. Ninguna amorosa, por cierto. Con el tiempo, con la ebriedad con la que nacen las s obrenaturales amistades nos hicimos amigos y las canciones se volvieron amorosas, aunque ya no me las dedicaba. Un día comenzamos a hablar en un tono más alto de lo que pensábamos. Eramos de tendencias políticas totalmente opuestas. Él era de las bases más endógenas, más populares, arraigadas a la opresión de "La Jaula de oro" y a llevar los golpes de la vida, del "Cocotero". Yo no, replicaba, yo era más bien todo "chévere" donde todos se erigirían como reyes, donde se vi

Hijo de gato.

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Después del after, a Armando se le ocurrió la idea de hacer otro. Ya todos se habían ido, solo quedábamos él y yo. Después de par de cervezas más y otros cuentos, le dio hambre y a mí se me ocurrió secundarlo. Estábamos en su casa. Le pregunté si quería cocinar y agarró, no sé de donde, energía y fue a la cocina. Se escucharon dos chirridos metálicos y exhaló "No, no me provoca". A eso de las cinco, salimos de su casa a ver que encontrábamos abierto. No insistimos mucho con una señora que estaba a menos de 300 metros. Vámonos para la avenida mejor, me dijo. En el camino nos encontramos con 2 gatos uno negro y otro de un color que no recuerdo y que lo más seguro no acertaré. Ambos acosaban a una rata. El gato negro previó su mala suerte así que se detuvo mientras nos veía pasar, el otro no intuyó la presencia humana y se fue detrás del roedor. En medio del morbo nos fuimos detrás de él para grabar toda la acosa, para seguir el acoso, qué se yo. Escuc