Lluvia sobre ruedas.

Hoy Memo y yo salimos temprano de la oficina. Se va a Puebla hasta el lunes, visitará a su novia y a su familia. Es de allá. "Siempre viene o yo voy. Hemos sabido mantener el amor en la distancia". Desde ayer, Memo y yo nos hicimos colegas de bicicletas. En pabellón hay 14, hoy habían 16. Raro. De la estación de metro a la oficina hay un trecho largo en subida. De bajada no se disfruta tanto porque se colapsa y uno tiene que esquivar cada cuadra algún coche. Memo tenía más prisa que yo, su camión a Puebla, para ver a los suyos salía a las 5. Una llovizna leve se nos encima y hablamos poco sobre las motos que no nos compraríamos, que no son tan efectivas como las bicis, "uno puede bajarse y agarrar el metro de cualquier forma". La llovizna ya no es llovizna, se vuelve lluvia y antes de llegar Memo se acomoda la chamarra para decirme "tendrás que tener paciencia". El bus pasa a un lado y la terquedad sigue su rumbo. Rey me esperaba para almorzar "unos buenos tacos" por su oficina. Evidentemente, no había tanta premura como la de llegar al camión que llevaría a Memo a Puebla. Antes de tomar las bicis, la lluvia se hace mayor. "Feliz puente, supongo", le grito. "Igual". La primera cuadra antes de agarrar la bajada era colapso de lluvia y tráfico. Intento desistir, me convenzo de que no estoy tan mojado. Así que en la inclinación decido que llegaré al metro, nada malo podría pasar. Acelera, acelera, acelera. La lluvia casi me hace caer varias veces. No hay carros e igual el suelo, medio fangoso, es un peligro. Qué importa, me dije. Sigo rodando y me entra en el cuerpo una extraña sensación de felicidad con adrenalina. Me tiemblan los párpados. Casi no puedo abrir los ojos. Todas las luces en verde. Ni en seco había ido con tanta velocidad. Era como pedalear en una piscina. Llegué directo a la estación de bicis. Y seguí feliz, empapado literal en felicidad. Para mi suerte, no había nadie en el metro. A todo el mundo le parece normal, ver a un tipo emparamado bajo la lluvia. La gente es feliz con la lluvia: come tacos, camina, se pule los zapatos, lee la prensa. Es normal. Nadie se sorprende ni se aleja. Gene Kelly sería uno del montón. Tiritando me alejo de las personas, una chica me ofrece su asiento. Está igual que yo. "¿Y te viniste en bici desde allá?" "Sí, tienes que hacerlo un día". El celular ya no vibra, aunque me di cuenta que la billetera sabe conservar las cosas intactas. Igual me daba igual. Lo primero que pensé fue en llamar a Andrea, contarle que había tenido la misma cara de infancia de cuando ella se mojó bajo la lluvia y no le entendí nada la sensación. Súmale la bicicleta, le advertí.

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