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Lluvia sobre ruedas.

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Hoy Memo y yo salimos temprano de la oficina. Se va a Puebla hasta el lunes, visitará a su novia y a su familia. Es de allá. "Siempre viene o yo voy. Hemos sabido mantener el amor en la distancia". Desde ayer, Memo y yo nos hicimos colegas de bicicletas. En pabellón hay 14, hoy habían 16. Raro. De la estación de metro a la oficina hay un trecho largo en subida. De bajada no se disfruta tanto porque se colapsa y uno tiene que esquivar cada cuadra algún coche. Memo tenía más prisa que yo, su camión a Puebla, para ver a los suyos salía a las 5. Una llovizna leve se nos encima y hablamos poco sobre las motos que no nos compraríamos, que no son tan efectivas como las bicis, "uno puede bajarse y agarrar el metro de cualquier forma". La llovizna ya no es llovizna, se vuelve lluvia y antes de llegar Memo se acomoda la chamarra para decirme "tendrás que tener paciencia". El bus pasa a un lado y la terquedad sigue su rumbo. Rey me esperaba para almorzar "

Día 3

Nos fuimos tomando un café hasta llegar a un sitio raro donde unos viejos bailaban boleros. Una casa enorme azulada a la que le entraban unos escasos rayos de luz. "Entonces el arquitecto me dijo que esta y la otra la demolerían. Le quitarían el techo y los viejos podrían bailar libremente y sin problemas bajo el sol" "¿No te parece raro que gustandote tanto la ciudad quieras ver menos paredes?". Levantó los hombros respondiendo entre un no me importa y un no es mi problema. Y atrás ella rio como si se metiera en nuestra conversación. Cabello largo, negro y una tela roja cubriéndole el cabello, no podría llamarsele pañoleta. "¿La conoces?", pregunté. "No, pero podemos intentarlo", dijo. "Ey, ¿ese no es el perro de Andrea, de Andrea, de Andrea? Ella volteó, miró y rió. No habia ningún perro. Después de mucho tiempo descubrimos que tampoco tenía uno.