Los primeros cuadernos de Paul


No había excusa para que Paul, es decir yo, no quisiera irse. A veces no me gusta hablar en tercera persona pero es que si no me descubren. Paul es producto de la ficción, no es ni él. Es eso tercerizaciones y la razón de porqué existe es gracias a que su terapeuta se lo dijo. En realidad, no recuerda lo que le dijo pero esto, escribir, fue lo que se le ocurrió. Decidió pintar pero le aburría, la máquina, que a fin de cuentas, era el lugar donde más pasaba el tiempo, era el lugar donde se sentía cómodo y eso era lo que necesitaba para, Paul, que elide el yo, sentirse cómodo. 

La mejor manera que tenía era escribir, entonces. Pero primero, luego de que también le recetaran una canción fue echarlo a perder todo, incluso esa nueva amistad que estaba funcionando muy bien. Pero Paul nunca quiso saber del pasado, ni quería tener nada que se relacionara a él. Le dolía no sabe de que modo pero era un sofoco que le iba creciendo desde la boca del estómago hacia los pulmones. Así que le gritó como nunca lo había hecho antes sobrio y lo dejó perder, incluso cuando ella lo entendía. Se necesitaban porque si, no era porque estaban solos, no era porque no les gustaba la gente, ni mucho menos porque se gustaban, se gustaban porque sí. Se necesitaban y aunque, en poco tiempo, se habían dado cuenta que lo hacían, cuando necesitas a alguien tanto no te das cuenta que el otro también lo hace y te molesta, te encoleriza estar en el mismo tandem sin ninguna dirección.

Y es totalmente mentira que todo esté bien, dudó en borrar la última conversa, lo dudó tanto que se quedó viendo fijamente como titilaba la imagen en sus ojos porque el parpadeo era casi como de sorpresa fantasmagórica. Porque lo que en realidad le interesaba a Paul aquella vez, era quedarse sin imagen de ella luego de abrir los ojos, por eso le gritó, a esa especie de tabla que venía acercándose cada vez más a tratar de ayudarlo. Él se la imagina como una tabla pequeña de esas de anime que las ve desahacerse con el pasar del tiempo, porque necesita un barco grande y aun sigue con los ojos abiertos en medio del mar. Arde...y mucho. 

Alguna vez tuve tanto miedo que dejé de pelear. Digo, tuvo, Paul, tuvo. Pero aunque Paul dice que los miedos solo hay que nombrarlos para que desaparezcan, eso es lo que no quiere. Irse desvaneciendo en la imagen de alguien volviendose un sofoco nocturno para cuando ya todo sea demasiado ¿tarde? no, lejos. Le daba pavor verse como iba solo volviéndose silueta en la memoria del otro. A fin de cuentas, pensó, que todo rostro que se va suele quedarse como el sudario cristiano, una mancha que se asemeja mucho a la última imagen que queda pero que ya no está. Le duele ahora también de una manera cristiana, en la cabeza, en el costado, en las piernas en el cuerpo entero menos en el corazón. Si le hubiera dolido ahi, se hubiera dado cuenta del infarto que estaba por venir y esa presa de salir corriendo a recuperarse el miocardio, se hubiera olvidado de todo.

¿Paul?

¿Por que decidió llamarse Paul? Cuando fue que el otro, un nombre se habría vuelto él mismo. Porque la recordaba incluso de las primeras peleas en juego que todos desconocían. Un cliché que terminó convirtiéndose un símbolo para los dos. Él siempre confunde fetiche con cliché. Luego pensó que el mundo al que ambos pertenecían era tan distinto que no reconocía ni su primera hoja, recuerda como se lo advirtió en medio la multitud "Yo no soy el profesor Romero que lo ha leído todo". Luego, mucho tiempo después, se enteró de que aquel profesor tampoco lo había leído.

Nada que ver, nada que extrañar. Eso fue solo una de las primeras memorias que podían ir viniendole a la mente mientras seguía en esa tensa calma que parecía no decir nada cuando se encontraba en medio de la multitud. Era un patán de primera, cosa que le advirtió a la última. Valiente como fue ésta se lanzó a no creerselo por lo dulce que había sido los primeros días. En los últimos días, él se había vuelto un limón, peor aún. Se dio cuenta que el patrón se repetía, intentaba ser una persona cordial cuando todo estaba dado por perdido y luego, después de un tiempo, la furia de no saber saltar la cerca para recoger el balón en la casa de al lado lo hacía enfurecer hasta dañar la cerca.

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