Jugar con La Distancia... (Más larga)

Pero el viajero que huye 

tarde o temprano 

detiene su andar.
Gardel 

Cuando una película toca todas las aristas de la vida, como si todo fuese una especie de enamoramiento a primera vista, se sabe que gustó. Todo tiende a relacionarse. Cuanto se ve una segunda vez y esas repeticiones de la personalidad se repiten hasta la rutina, es algo más, no sólo un superfluo flechazo. 

Citando a  Montejo, la tierra giró para encontrar-nos. En este caso de La distancia más larga, al cine de vuelta con su espectador. De temática abstracta, aunque sea muy concreta, la relación con su arte es ese tocar todos los asuntos de la realidad con la ficción. En ese camino de vías opuestas, la gente puede sucumbir ante la vida y muerte pero también ante el amor que bordea una y otra vez, infinitos caminos, abstractos en sí mismos. El amor es identidad, eso parece; sólo falta la licencia. Martina la tuvo y la recupera, igual Lucas con su padre. Uno como venezolano con su nacionalidad: En ese sutil ojo Claudia Pinto nos hace cómplices con la mirada de Martina, en ese afecto de la tierra. 

La transición viajera es un gran aprendizaje. La tierra gira insisto como en una infinita búsqueda que devuelve a casa la ilusión. Martina se busca a si misma en el recuerdo y Lucas, su nieto, a ella también para encontrarse a si mismo. Evidentemente, péndula entre ellos Kayemó como si  fuese el epicentro de la tierra. No es una fábula pero de serlo, La distancia... Recuerda que damos la espalda al mundo para no entendernos.

La película no tiene fin, dejar de caminar no significa  que todo terminó. 

Cuando toda ficción permea la realidad, se sabe que gustó. Así ambos protagonistas, se reconcilian con el pasado, uno con menos tiempo, otro con más. Y si algo hay que dejar mientras se camina son las culpas, será suficiente con que uno elija, porque si no la buena fortuna pasa de largo, dice Calamaro hablando de las oportunidades, las primeras o las segundas.

Pero al final, sin irme al lado del camino, las historias son historias que se quedan porque se saben contar, sin importar el qué. Eso pasa con La distancia más larga.

fin del camino. Graciasclaudiapinto

Otro punto que nada que ver con lo anterior...

Cada vez que Caracas aparece en un plano de cine, puede que la gente intuya el primer grito absurdo de aburrimiento por esa distópica ciudad que se ha construido en la pantalla grande y que hemos replicado afuera (o viceversa) En mi percepción óptica, hasta el lugar que mi daltonismo dejó ver, Caracas se vuelve más colorida y brillante, no es esa especie de maqueta de Gotham city caribeña a la que se nos ha acostumbrado, es otra. Los vicios citadinos construyen el desarrollo de la trama, no es la ciudad consumiéndose a sí misma hasta redundar, es otra. Una Caracas que bien -o mal- se olvida con la Gran Sabana pero que al final, no es oscura. 

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